jueves, 13 de noviembre de 2014

Paranormal Colombia, de Mario Mendoza: una realidad que asusta

Paranormal Colombia, de Mario Mendoza: una realidad que asusta
Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet.
No soy un lector asiduo de las novelas de Mario Mendoza. Más por tiempo que por prejuicios. Debo confesar que me gustan mucho los textos de su blog porque presentan posturas políticas y sociales dignas de ser leídas en estos días de decadencia. Es más, aunque gran parte del libro que aquí comento me pareció algo ensayístico, espero leer un libro de Mario Mendoza que sea de ensayos con temas sociopolíticos. Le iría muy bien. Creo que Paranormal Colombia fue una aproximación a lo que he esperado por varios meses y que aún no encuentro. Aprovecho este espacio para solicitar información sobre ensayos de este tipo que Mario Mendoza haya escrito en los últimos años. 
Aclaro que este último libro de Mendoza no es ensayístico. Que haya sentido cierta relación con este género cuando leí lo que algunos han llamado reportajes no quiere decir que Paranormal Colombia sea un libro de ensayos. No lo es, pero algo tiene de ello. Un reportaje se comprende como un género periodístico que narra sucesos o noticias con un lenguaje corriente y manteniendo, en ocasiones, una postura notoria. La perspectiva de Mario Mendoza se hace evidente, del mismo modo que la narración y que el lenguaje utilizado. Es una interpretación de las entrevistas que hizo a ciertas figuras públicas y no tan públicas de la sociedad colombiana que han experimentado situaciones paranormales. No es un libro que invite al miedo, sino, más bien, a la reflexión de cómo somos, cómo nos comportamos y qué formas de vida nos siguen rigiendo. No pretendo negar o considerar como falso lo que los sujetos entrevistados afirmaron, pero la lectura da pie para afirmar que, a partir de esos discursos, se puede determinar unas creencias que son transversales en nuestra sociedad colombiana, en medio de tanta violencia, de tantas guerras, de tantas vainas.
Sí considero que el segundo texto «Las extrañas e insólitas aventuras del jardinero extraterrestre» es más una crónica que un reportaje, por su lenguaje literario, por sus relaciones metafóricas. Y si me lo permiten (entiendo las relaciones entre reportaje y ensayo), los siguientes textos, sobre todo, aquellos que reflexionan sobre el fin de los días, a causa de la destrucción del humano son más ensayísticos que otra cosa. Si no se interrumpieran con entrevistas, serían ensayos completos, ricos de leer y que respetarían lo que Rafael Reyes afirmó en cuanto que este género es un centauro porque es ciencia y arte a la vez.
El contenido varía de capítulo en capítulo. En el prólogo se deja claro su objetivo: dejar, por momentos, al lado la realidad y centrarnos en lo otro, en el más allá, en lo intangible, en aquello que no se ve pero que está presente (incluso hay un apartado que se denomina así: «Presencias»), e invita a emprender un viaje por la mente: «La mente también es irregular, nómada, como los vagabundos, los beduinos o los navegantes solitarios. Somos materia y energía, formas y fuerzas, naturales y sobrenaturales simultáneamente. No hay dicotomías. Somos un viaje a través de un laberinto que aún no ha sido enunciado».

La mujer se presenta como una de las fuentes, de los imanes, de esas fuerzas del otro mundo. Cuando se habla de la mujer en Paranormal Colombia se hace referencia a un ser con otras cualidades, con ciertos rasgos que hacen posible el fluir de la existencia. La mujer es una suerte de médium entre lo de afuera y lo de adentro, entre la oscuridad y la luz, entre el poder y el poder. Por otra parte, el arte, que siempre ha estado ligado a la mujer, es fundamental en las relaciones paranormales que presentan los informantes. Cada página tiene su tinte de escultura, de pintura, de música, de literatura. Cada pensamiento de Mendoza se relaciona con lo artístico, con ese acto de crear que, si se mira bien (y esta es una de las tesis más sobresalientes), se empareja a las experiencias paranormales que se narran. Los artistas son médiums que reciben indicaciones del más allá para sacar a la luz aquello que, aunque no se reconoce como paranormal, termina siédolo más que nada: la realidad colombiana y de nuestros países latinoamericanos. 

domingo, 2 de noviembre de 2014

¿Duénde se esconderán los duendes?

¿Duénde se esconderán los duendes?
Jhon Monsalve
Artículo publicado en la Revista Coito.
No creo en brujas. Dejo claro ese punto, y cuando lo niego no estoy afirmando que ellas existen, como lo suponen cada vez que digo que soy ateo (ser ateo va más allá de creer o no en dios; es una práctica, es un amar al otro, es una comprensión constante, es un actuar que marca diferencia en el mundo). Pero, maldita sea, creo que creo en duendes. Y esto sí lo pongo en duda. Pero voy a exponer las razones que me llevan a sacar semejante conclusión. Y ruego que, si alguien tiene una explicación razonable en torno a lo que voy a escribir, me lo haga saber para borrarme estas ideas de la cabeza y volver a ser el de antes.
La primera vez que se me desvió la razón fue en el mes de abril del año 2006. Justo un año antes, sentado en un viejo mueble de mi casa, perdí mi billetera con todos los papeles. Sí: dentro de mi propia casa, donde solo vivíamos mi papá, mi mamá y yo se me perdió la cartera, así, de un momento a otro, como si alguien la hubiera tomado prestada para asustarse o asquearse con mis fotografías de adolescente venoso, grasoso, barroso. Pero no. Nadie, nada, se esfumó la puta cartera frente a mis ojos: se cayó, no la recogí por pereza, luego había mucho tiempo, todo el del mundo… cuando uno está joven lo que le sobra es tiempo. Al otro día hubo oficio en la casa en pro de mi cartera, en pro de ahorrarme unos pesos en las tareas que demanda la pérdida de algún documento. Bueno, en fin, qué carajos, se perdió la cartera, y como tenía tiempo pero también pereza dejé que los días pasaran y ni siquiera puse el denuncio correspondiente. En la adolescencia el tiempo sobra para las chicas, para las fantasías, para los momentos a solas, a solas, a solas, nunca llegan las chicas… siempre miran a otros: a los más fuertes, a los más grandes, a los de mayor poder, a los del arete, a los pirobos más pirobos del barrio, y nunca se fijan en uno, ala, mierda… en la adolescencia el tiempo sobra para llorar, para temer, para descubrir los primeros fracasos. ¡Ja!, dizque yo había botado la cartera en el colegio o en la calle, que dizque mis amigos me la habían robado, que dizque la había guardado en mi caja secreta (la de todo adolescente) y que no me acordaba, que dizque nunca tuve billetera, que dizque ni papeles tenía… Les tapé la boca a todos el día en que, justo un año después de la pérdida, la cartera apareció ahí, en el piso, junto al mueble, como por arte de magia, como si alguien la hubiera puesto para que yo recuperara la tranquilidad que nunca perdí… Lo que a uno le sobra en la adolescencia es la tranquilidad. Donde se perdió, donde recuerdo haberla oído y sentido caer, apareció de un momento a otro, así no más, como por arte de duendes.

Luego conté el cuento y nadie lo creyó… Mi mamá y yo seremos testigos para siempre de semejante suceso. Duendes, duendes… Y lo duendes los protagonistas. El otro suceso es más reciente. Cursaba el décimo semestre de mi carrera universitaria y leía algunos libros sobre educación para mi proyecto de grado. La biblioteca de la universidad me había prestado dos libros, de los cuales uno de ellos no se encuentra ni en la casa del autor. Y yo, de distraído, dizque los boté, dizque los perdí, dizque los vendí para comprar cervezas. ¡Ja!, de nuevo los malditos duendes me escondieron los libros, lo sé, fueron ellos, o bueno, al menos eso creo, aunque me digan loco, estúpido, marica, chiflado, infantil… en la niñez el tiempo sobra para sufrir. Un puto año después, como si los duendes tuvieran noción del tiempo y de su cronometrización aparecieron los libros que perdí y por los cuales pagué cerca de 180000 pesos. Mierda. No hallaron otro lugar para esconderlos que mi propio bolso, donde los busqué una y otra vez, donde escarbé hasta el cansancio, donde debieron estar y estuvieron siempre… Un año después, como decía, cuando iba a lavar el bolso (de lo cochino hablamos luego) sacudí fuerte, más fuerte y luego más fuerte porque algo me pesaba de más, y cayeron los libritos, intactos, completos, limpios… Se metieron, o los metieron, en un hueco que iba directo al culo del bolso, donde jamás ponía las manos… En la adolescencia uno aprende a mirar y no comer… ay, ay, ay, duendes, duendes… duénde se esconderán los duendes.